Textos i músiques per a una pandèmia en veu d'estudiant: "Un árbol caduco en tiempos difíciles"

Obra d'art

La Facultat de Filosofia i Lletres dona veu a l’estudiantat perquè publiqui les seves reflexions, els seus consells de lectura o música, fruit de la situació que ens toca viure des de fa mig any. Els textos només responen a les opinions pròpies.

11/12/2020

Todos muy lamentados y preocupados nos mostramos, naturalmente, ante la pandemia de la CoVid-19. Toda nuestra generación podrá contar en el futuro que esta fue nuestra guerra, una guerra en la que, lógicamente, no hay bandos entre humanos, sino que es contra un ser imperceptible, pero letal. Aun así, nos hemos obcecado, como era realmente de esperar, en mantener disputas, reivindicar la razón (aunque siempre haciendo primar, ocultamente, los intereses) y echarnos las culpas los unos a los otros. Yo ya, ciertamente, pocas esperanzas soy capaz de mantener acerca de que podamos sacar una conclusión a nivel de grupo urbano, provincial, regional, estatal, continental o mundial. Constantemente hemos estado recordando la solidaridad como principio fundamental para revertir esta situación. No obstante, lo cierto, es que de solidaridad, aquello que se debería conocer como solidaridad, ha habido poca o, más bien, nada. 

Yo, durante estos meses, con un pelo teñido que llegó a parecer el de un hippie algo descuidado y que se antojaba como la cicatriz de unos meses gloriosos que no volverán en mucho tiempo, cada vez más desalentado por los sucesos, llegando a una cierta actitud crítico-paranoica, como la que planteó al mundo Salvador Dalí hace algo menos 

de un siglo, he sido incapaz de dejar de pensar sobre la vida misma. “¡Qué general y vago, lo dices Víctor!”, me podéis decir. 

Desde aquel jueves 12 de marzo de 2020, después de un examen de latín, creo recordar bastante bien, y de haberme despedido de mis amigos hasta el lunes siguiente (como muchos otros debisteis hacer de igual manera, imagino), me encerré en casa ya hasta la época estival. Pero, gracias a Dios, he tenido la suerte de pasar el confinamiento en la Sierra de Collserola y no en la basta urbe. Cada mañana, cuando me levantaba, después de abrir la persiana, me entraban unos intensos rayos de sol que cegaban mis ojos durante unos segundos. No obstante, a medida que pasaban los días, las semanas y los meses, un árbol, que se alza majestuoso ahí desde antes incluso de que llegara aquí, brotó y se vestía más verde poco a poco. Disfrazándose y poniéndose emperifollada como una mujer que se prepara para salir a disfrutar de la vida, parecía que se preocupara de mis retinas. Aquella ceguera usual invernal se tornó en una dulce imagen, como si de una película se tratara. El agresivo sol también parecía inofensivo a través de ese filtro. Vitalidad. 

Ahora, jornada tras jornada, se marchita para no protegerme hasta quién sabe si habrá próxima vez. Mi atención nunca se había centrado en ese árbol en los tantos años que vivo aquí. Aun así, una ocasión me ha bastado para darme cuenta de la belleza de la vida. Muchos son los libros, las películas, la música y lo que pertenece a la creación humana que deleita, pero la naturaleza desprende algo más primitivo que la antoja igual o más abrumante. La sensación de éxtasis que aporta es prácticamente indescriptible. 

Y ahora escuchadme todos. Visto que poco en claro podremos sacar como grupo, a mi juicio, os quiero acercar a la mente todos aquellos seres queridos, deseados y que se han marchado. Antes de que esta desgracia finalice, cuestionaos qué amáis y qué os crea dolor. A quién queréis y qué deseáis. Reír y llorar. Alegrarse y lamentarse. Guitarras lloronas que cantan a la felicidad con la voz ronca propia de un borracho. No seamos mediocres y sintamos. Expresaos y haced notar que no estamos en la Facultad de Letras por casualidad, sino porque la vida misma humana y natural nos apasiona. Gracias.

 

                                                         Víctor Portella Pahissa (Estudiant de Ciències de l’Antiguitat)