Textos i músiques per a una pandemia en veu d’estudiant: “La muntanya màgica de Mann”

Paisatge prop de Neuschwanstein. Baviera. Alemanya. © J. Carbonell Manils

La Facultat de Filosofia i Lletres dona veu a l’estudiantat perquè publiqui les seves reflexions, els seus consells de lectura o música, fruit de la situació que ens toca viure des de fa mig any. Els textos només responen a les opinions pròpies.

20/11/2020

Este verano muy probablemente haya sido el momento más normal dentro de este tiempo de anormalidad en el que vivimos. Según parece ahora resulta que no hemos hecho bien las cosas; mejor dicho, no nos han explicado bien las cosas y tampoco han sabido actuar en consecuencia ellos mismos. Este verano, como digo, he tenido el gran placer de leer La montaña mágica, novela de Thomas Mann escrita el año 1924. Al estar mi círculo de contactos y amistades deliberadamente reducido por las circunstancias leí el libro en el plazo de una semana. Dejando de lado que creo haber batido un récord, la novela es una de las mejores que he leído en mi vida; pocas veces que yo recuerde he tenido esa sensación de sentirme flotando leyendo, sensación que tan solo nos dejan los grandes libros. El argumento se puede resumir del siguiente modo: Hans Castorp sube a los Alpes suizos para visitar a su primo Joaquín, aquejado de una enfermedad pulmonar, y lo que en principio iban a resultar tres semanas termina alargándose a un plazo de siete años. A lo largo del libro vemos cómo en ese ‘mundo de arriba’ (como tantas veces se lo menciona en el texto) hay personajes que mueren, otros se marchan una temporada para volver (o no), u otros prefieren quedarse allí estando enfermos antes que bajar al enfermizo mundo de ‘allí abajo’. El microcosmos que crea Thomas Mann es, en definitiva, la vida misma. El libro te exige. No creo que sea un libro idóneo para leer cuatro páginas antes de irte a la cama o para leer cerveza en mano en la terraza de un bar (cuando los abran) mientras esperas a quien sea. Sin embargo, si uno lee con atención la novela, se encuentra con una alegoría sobre lo que somos nosotros realmente, cómo nada es duradero y, en ocasiones, lo que crees tener más cerca termina alejándose de ti de forma irremediable; en ocasiones parece no haber ápice de esperanza y sin embargo llega, y en otros momentos estás eufórico por algún acontecimiento y debes esperar mucho a que ocurra, como nos está pasando con esta epidemia. Hans Castorp cree estar convencido de que tres semanas serán suficientes y un acontecimiento le obliga a lo contrario. Y, una vez este acontecimiento llega a su fin, se pregunta algo que muy posiblemente nos preguntamos todos: ¿y qué voy a hacer ahora? Una eternidad puede ser algo relativo, a fin de cuentas. 

 

Cuando terminé de leer la novela sentí una sensación de enorme placer como lector a la par que me vi corroído de algún modo por la duda de si la finalidad de todo gran libro es ése. Un libro no cambia el mundo, y Thomas Mann, que vivió, sufrió y combatió admirablemente el nazismo en su país de origen, lo supo cuando le otorgaron el Premio Nobel de Literatura el año 1929, y lo supo mucho después cuando se exilió a los Estados Unidos a la fuerza. Pero, pese a que el mundo sigue, un libro puede reconfortarnos, y eso hizo Mann, e hicieron muchos otros: Melville con Moby Dick, Dostoievski con El idiota, William Faulkner con Mientras agonizo, Jorge Luis Borges con sus inmortales cuentos o Cervantes con El Quijote, por citar sólo algunos nombres. Y debo decir que la lectura y el recuerdo de La montaña mágica hicieron olvidarme, como a Hans Castorp, del paso del tiempo. 

 

Uno de los poetas que más me conmueven, William Butler Yeats, tiene unos versos: “Este no es país para viejos. Jóvenes entregados al abrazo, aves en los árboles, cantando”. Definitivamente este no parece ser tiempo para los viejos, y por ello no entiendo la terminología basada en la edad sino en la ofuscación de las ideas: el enclaustramiento mental, la ignorancia mal llevada y la estupidez. “Por eso he llegado a la ciudad sagrada de Bizancio”, explica Yeats en el poema. Creo que mediante la lectura llegamos a Bizancio, esa ciudad mítica que cita Yeats. También nos quedamos años en los Alpes sin darnos cuenta de que el tiempo no cesa en su transcurso. Y esto va más allá de la literatura: una película, un disco, un cuadro nos pueden llevar lejos del mundo en el que vivimos. Eso, en mi opinión, es una vacuna tan fuerte contra la epidemia como la que esperamos todos que llegue en breves. Nos aislamos en el arte, sabiendo al tiempo que, como Thomas Mann o Yeats, no podemos quedarnos eternamente en una torre de marfil, y que hay que usar eso como arma contra la realidad imperativa que se nos impone desde el exterior. , 

 

Por último, quisiera usar esta página para expresar todo mi apoyo a restauradores, hosteleros, cineastas, editores, músicos, pintores, escritores y gente de cultura en general frente a estos tiempos en los que los gobiernos (central y autonómico) hacen dejación de sus funciones y se dedican a buscar de forma sistémica chivos expiatorios.

 

Oriol Pérez (Grau en Humanitats)