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"Estamos asistiendo a una recuperación económica sin recuperación social"

Joaquín Nieto
La Organización Internacional del Trabajo, que cumplirá cien años el 2019, ha iniciado un debate sobre el futuro del trabajo al que quiere incorporar a las universidades. La UAB ha firmado un acuerdo con la Oficina para España de la OIT para colaborar en este reto.

25/01/2018

El 24 de enero, el director de la Oficina para España de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), Joaquín Nieto, firmó con la rectora de la UAB, Margarita Arboix, un memorando de entendimiento, promovido por la Facultad de Derecho, para poner en marcha nuevas colaboraciones entre ambas instituciones. Entre las primeras actividades, la UAB participará en el I Encuentro Universitario de Investigadores, Personas Expertas y Redes sobre el Futuro del Trabajo, que tendrá lugar el 2 de febrero, en Madrid, y está prevista la organización de una jornada en la UAB sobre el tema de la brecha salarial el próximo mes de marzo, en torno al Día Internacional de la Mujer Trabajadora. La Universidad organizará también un congreso interdisciplinario coincidiendo con la celebración del centenario de la OIT, que se cumplirá el 2019.

¿Cuál ha sido la aportación de la OIT durante este siglo de trayectoria?

La OIT se crea sobre la base de una idea: no puede haber paz mundial sin justicia social. Era necesaria una organización que estableciera unas normas mínimas del trabajo válidas para todo el mundo. No se podría comprender el derecho moderno del trabajo sin la existencia de la OIT. Y la propia composición del a OIT, que es la única agencia de Naciones Unidas que no está compuesta sólo por gobiernos sino también por la sociedad civil, establece una metodología sobre cómo se deben adoptar las normas del trabajo y cómo defender los derechos de los trabajadores a partir de un diálogo tripartito.

La tecnología parece avanzar más rápido que nuestra capacidad de adaptar el mercado de trabajo, ¿es así?

Siempre ha sido así. Las revoluciones tecnológicas siempre han determinado las formas de producción y éstas han influido en las formas del trabajo. Crean riesgos pero también oportunidades. Un ejemplo: ahora mismo, una de las características del trabajo que viene de la mano de la digitalización es que está cada vez más fragmentado. Y la fragmentación ha llevado a las cadenas mundiales de suministro: ya hay más de 600 millones de trabajadores en ellas. Esa manera de trabajar establece riesgos porque se lleva la producción muchas veces a países donde no se respeta los derechos laborales, o hay trabajo infantil, o hay trabajo forzoso… Pero, a la vez, tenemos la oportunidad de influir sobre el conjunto de la cadena. Existen ya unos 200 acuerdos entre empresas multinacionales y federaciones sindicales mundiales, acuerdos que tratan de garantizar que, a lo largo de todo el proceso productivo, se cumple un mínimo de derechos laborales.

En el siglo XIX, hubo el fenómeno del ludismo, pero ahora parece más preocupante el problema del racismo y el recelo contra los inmigrantes entre las clases trabajadoras. ¿Cómo podremos atajar ese problema a largo plazo?

Es una cuestión muy importante porque las tendencias demográficas, en un mundo muy desigual como éste, están provocando unos movimientos migratorios impresionantes. Hoy hay 250 millones de migrantes en el planeta. La mayoría de las migraciones son laborales pero también hay millones de refugiados, y hay una nueva fuente de migraciones forzadas que es el cambio climático (fenómenos climáticos extremos que generan sequía, hambrunas, pérdida de hogares...). Los 250 millones de migrantes son el doble de los que había a principios del siglo XXI y la mitad de los que habrá dentro de quince años. Es decir, vamos a un mundo con quinientos millones de migrantes que requerirán respuestas laborales e influirán en los mercados de trabajo. Gestionar esto de una manera inclusiva es una condición sine qua non para tener convivencia social.

Ahora que el FMI arroja un análisis relativamente favorable de la situación económica global, ¿cuál cree que ha sido el resultado de estos años de crisis para la situación de los trabajadores y sus derechos?

Estamos asistiendo a una recuperación económica a nivel mundial pero sin recuperación social. El informe mundial sobre empleo de la OIT concluye que llevamos más de una década estancados en cerca de 200 millones de desempleados, es decir, que el empleo que se crea es incapaz de absorber las nuevas incorporaciones al mercado de trabajo en su totalidad. Y, si la tasa de desempleo en el mundo es del 5’5%, la juvenil es del 13%. Esto tiene repercusiones sociales y políticas que eso ha tenido y va a seguir teniendo: es imposible comprender los fenómenos sociales y políticos que ha habido en el norte de África durante la última década sin partir de las altas tasas de desempleo juvenil.

¿Y en España?

El caso de España es particularmente relevante en cuanto a la distancia entre recuperación económica y recuperación social. Ya el año pasado creaba un volumen de riqueza equivalente al de antes de la crisis; sin embargo, aunque se ha reducido el desempleo, sigue habiendo más del doble del que había antes de la crisis. Se han reducido los ingresos de las personas desempleadas y también de las personas que trabajan; y se ha reducido la protección social. Por tanto, tenemos la misma riqueza pero la parte que va a la sociedad y a los trabajadores ha disminuido. La pregunta es: ¿quién se está quedando con esa riqueza? Si se redistribuyera de una manera más equitativa, sería más beneficiosa para la economía.

¿El aumento de la desigualdad, de la precariedad laboral y de la temporalidad está relacionado el desprestigio creciente del sindicalismo?

Me gustaría matizar que la temporalidad no ha crecido en España. De hecho, con la crisis, se redujo, porque el sistema de ajustes consistió en despedir a los trabajadores temporales. La novedad es el trabajo a tiempo parcial, particularmente el no deseado. En España, ahora mismo, ya trabajan cerca de 2.800.000 personas, sobre todo mujeres, a tiempo parcial. Y la gran mayoría lo hace involuntariamente: en el caso de las trabajadoras a tiempo parcial, que son 1.700.000, es involuntario en el caso de un 59%. Esto refleja la fragilidad de la recuperación del empleo: aumentan los afiliados a la seguridad social pero con menos horas trabajadas y, por lo tanto, con menos remuneración y menos cotizaciones. Es una de las causas que explican esas altas tasas de pobreza laboral. Entre los trabajadores por cuenta ajena, la temporalidad no deseada es lo que hace que muchas personas ni siquiera lleguen a cobrar el sueldo mínimo anual. Por eso se necesita ahora poner el esfuerzo en la calidad.

¿Cree que, en términos generales, avanza la incorporación de la mujer al mercado laboral y la equiparación de sus derechos?

La igualdad de género ha avanzado considerablemente pero estamos lejos de alcanzar la igualdad. En cuanto a la participación de las mujeres en la población activa y en la población ocupada, ha habido avances incuestionables. Pero sigue habiendo una desigualdad en la carga de trabajo no remunerado, que sigue recayendo muy claramente en las mujeres, con una relación de tres a uno en horas de trabajo. Las mujeres incorporadas al mercado de trabajo están sufriendo lo que llamamos la doble presencia. Una mejor conciliación y un mejor reparto del trabajo no remunerado ayudarían mucho a resolver las otras brechas. La brecha salarial es muy difícil de resolver si no se adopta medidas específicas dirigidas a ese asunto. Los datos reflejan que las mujeres, cuantos más hijos tienen, menos cobran; en cambio, los hombres, cuantos más hijos tienen, más cobran. Los datos demuestran también que la brecha salarial casi no existe en el decil más bajo de remuneración salarial y, en cambio, en los deciles más altos, es enorme. Esto tiene que ver con la falta de presencia de la mujer en los organismos directivos, con la feminización de las profesiones menos remuneradas y con la menor remuneración de las profesiones feminizadas. Todo eso se soluciona con políticas específicas, particularmente en las empresas. En algunos sectores sí que se ha avanzado mucho de la mano de la acción sindical. Y son labores que no se ven.

Retomamos el tema del desprestigio del mundo sindical...

A menudo, las organizaciones sindicales hacen labores de mejora de las condiciones laborales que son invisibles y que los medios no suelen exhibir. En un mundo en que ha habido una crisis económica tan grande, con tanto desempleo y con mil empresas que cerraban cada día y otros tantos ERE, los sindicatos tenían que gestionar estas situaciones e incluso los acuerdos implicaban un empeoramiento de las condiciones... Si a esto añadimos que las nuevas formas de trabajo quieren eludir los derechos laborales, las obligaciones fiscales y, por supuesto, los derechos sindicales, la situación del movimiento sindical resulta muy difícil. La solución requerirá cambios en el mundo sindical para representar de una manera más amplia al conjunto de los trabajadores en su diversidad. Pero también habrá que hacer reformas que fortalezcan el ejercicio de la libertad sindical.

¿Qué opina de los esfuerzos que están haciendo universidades como la nuestra para adaptar sus ofertas académicas y sus maneras de hacer a las transformaciones del mundo profesional?

En nuestro debate sobre el futuro del trabajo, que hemos abierto a la universidad porque es ahí donde está el conocimiento, nos hemos encontrado un mundo muy activo, contribuciones muy interesantes, un profesorado inquieto y colaborador, y una mentalidad abierta a los cambios. La universidad es consciente de que vienen cambios importantes y debe responder a ellos; hoy no lo está haciendo con la velocidad y la amplitud necesarias porque no depende sólo de la universidad. Todo el sistema educativo tiene que cambiar y reformarse para construir un sistema completo para toda la edad laboral y más allá: la gran reforma educativa pendiente es un sistema completo que vaya de los 3 a los 76 años. Se dice que el 60% de los niños y niñas que ahora están en la escuela trabajará en profesiones que aún no existen. Muchos de los sectores en los que se está trabajando ahora no existirán por razones tecnológicas y climáticas (abandonar los combustibles fósiles, por ejemplo, implicará dejar sectores enteros e irse a otros). Hace falta un sistema educativo a lo largo de toda la vida laboral que responda a esos cambios y, en eso, la universidad tiene mucho que decir.