Zakiya Luna: «Justicia reproductiva es que todas las familias sean vistas como iguales»
Zakiya Luna, profesora del Departamento de Sociología de la Universidad de Washington (EE. UU.), es especialista en movimientos sociales, reproducción, derechos humanos e interseccionalidad. Actualmente, lleva a cabo una estancia en la UAB, donde colabora con el grupo de investigación AFIN, centrado, entre otros temas, en género, reproducción humana y familia. Luna impartió, además, una charla para el seminario del grupo de investigación en Sociología de la Religión (ISOR-UAB), el pasado 13 de abril, en la que habló del tema de su último libro, titulado Reproductive Rights as Human Rights. Women of Color and the Fight for Reproductive Justice (NYU Press).
En la introducción de su libro, afirma que «las primeras mujeres de color activistas estuvieron durante mucho tiempo insatisfechas con el movimiento feminista mayoritario». ¿Por qué?
El movimiento feminista en los Estados Unidos ha hecho históricamente muchos progresos, pero desde una perspectiva de clase media o alta, y no acostumbra a pensar en términos raciales. Las mujeres de grupos minoritarios, a la vez que han reivindicado el voto o los derechos laborales y reproductivos, han manifestado que hay intersecciones entre esos temas y las cuestiones raciales, religiosas y de clase, y, por tanto, que es necesario un pensamiento más innovador y con visión de futuro para tejer un movimiento de todas las mujeres. Han sido décadas —hay quien diría incluso siglos— tratando de crear espacios en el movimiento feminista, lo cual ha causado frustración.
¿Cuáles son las principales reivindicaciones del movimiento por la justicia reproductiva?
La principal reivindicación es el derecho de las mujeres y de todas las personas a no tener hijos, a tener hijos y a poder cuidar de ellos. Es decir, poder construir el tipo de familia que uno quiera, con una estructura que le dé sentido. El motivo por el que las tres ideas están relacionadas es la necesidad de tener autonomía sobre tu cuerpo para tomar decisiones. Todas las familias son importantes, no solo las que encajan en la imagen que se acostumbra a retratar incluso en los programas gubernamentales de los Estados Unidos, que dan, por ejemplo, más beneficios a las personas casadas, lo cual promueve un modelo muy específico de familia. El movimiento por la justicia reproductiva reivindica el derecho a que todas las familias sean vistas como iguales.
¿Por qué las mujeres de minorías tienen problemas específicos en esta materia?
Las familias necesitan tener trabajo para tener acceso a los servicios sanitarios, que se basan en los empleadores, al contrario que en otros países como España. Y eso marca una enorme diferencia porque la salud reproductiva está ligada a los servicios sanitarios en general. Si no tienes un buen trabajo, es muy difícil tener acceso a una cobertura sanitaria básica, incluso concertar una visita: mucha gente solo ve a un médico cuando va a urgencias. Así pues, muchas mujeres sufren desigualdades en el terreno de la salud que se cruzan con las desigualdades que sufren las minorías o las personas con discapacidades. Por tanto, también las soluciones deben considerar esas intersecciones: lo que funciona para un grupo de mujeres puede no ser suficiente para otro.
Y debe haber una intersección también con las necesidades del colectivo LGTBIQ+.
Sí, muchas personas LGTBIQ+ tienen dificultades para tener reconocimiento como familia. En los Estados Unidos, tenemos muchos niños pendientes de adopción y hay muchas familias que estarían encantadas de adoptarlos, pero, en algunos estados, las personas LGTBIQ+ no pueden adoptar. Es un ejemplo de intersección de derechos.
¿Qué es el movimiento SisterSong que usted ha estudiado?
Es una coalición, fundada en 1997, de organizaciones implicadas en temas reproductivos, que considera a fondo la perspectiva de las minorías. Reivindica políticas que reflejen esa complejidad y considera que los movimientos tienen que ser más diversos e innovadores para lograr cambios. Algunos de sus fundadores asistieron a encuentros internacionales, como la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer en Pequín (1995), y se inspiraron en movimientos feministas que observan el acceso a la salud como parte de los derechos humanos. Hay un gran activismo en los Estados Unidos que ha aprendido muchas lecciones de movimientos con más tradición como los de los indios americanos, las Panteras Negras o el movimiento chicano-latino, y figuras como Angela Davis, Dolores Huerta, César Chávez... Pero hay muchos otros ejemplos en el mundo. SisterSong es la única organización que se fijó en esos otros espacios.
¿A qué se refiere cuando habla del «excepcionalismo estadounidense» en materia de derechos humanos?
Históricamente, el gobierno de los Estados Unidos ha estado implicado en la constitución de instituciones como las Naciones Unidas y en documentos como la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Pero, a la vez, es hostil al desarrollo completo de los derechos humanos. Las administraciones de muchos presidentes han señalado carencias en derechos humanos en otros países, pero eran solo una justificación, como en el caso de Afganistán. El excepcionalismo consiste en exigir cosas a otros países que en los Estados Unidos no se hacen tan bien como sería deseable: se pide a otros países que sigan el modelo americano, pero hay ciudadanos estadounidenses que no pueden ejercer por completo sus derechos, como se ha visto ya en las elecciones, en las que muchas personas no han podido votar. Y otros derechos son simplemente ignorados: después de décadas, no existe el derecho humano al acceso a la sanidad en Estados Unidos.
¿El Obamacare tuvo un impacto positivo en los derechos reproductivos?
Sí. La cobertura sanitaria ha mejorado, especialmente para la gente pobre, pero también para la gente con un buen trabajo. Una de las diferencias principales reside en los costes: bajo el Obamacare, tiene que haber cobertura preventiva para las pruebas médicas de mujeres, por ejemplo, y tu médico cobra una parte del servicio de tu compañía. Es una mejora muy básica para mucha gente. Y una de las partes polémicas del Obamacare fue que establecía una cobertura para la contracepción: hubo empleadores religiosos que se negaron a cubrirla, pero en la mayoría de los estados es obligatoria.
¿El derecho al aborto se va a ver seriamente dañado por la sentencia del Tribunal Supremo del año pasado?
Ya se ha visto afectado. Está habiendo acciones contra tipos específicos de medicamentos usados para el aborto. Ahora se está intentando ilegalizar enviar medicación para el aborto por correo, por lo que solo se podría practicar en las consultas médicas y mucha gente tendría que desplazarse a otro estado para abortar. Es como si tuvieran que ir de Barcelona a París, por ejemplo, porque las distancias son a veces muy grandes. Esto no afecta solo a gente pobre, también a gente que tiene una buena cobertura y vive en un estado que ha ilegalizado las recetas de medicamentos para abortar. Pero también estamos viendo resistencia, un activismo que quiere abrir un camino aprendiendo de la gente que ha luchado en otros países en circunstancias similares.
Aquí se habla mucho últimamente sobre la gestación subrogada. ¿Qué opina usted sobre ese tema?
En muchos trabajos sobre justicia reproductiva, se observa la tecnología reproductiva desde el derecho a formar una familia. Hay personas que no pueden tener hijos biológicamente —determinados tipos de relaciones o personas infértiles— y la tecnología reproductiva abre una vía para lograrlo. El tema provoca temor en mucha gente porque la ciencia y las nuevas tecnologías son polémicas, pero es importante discutir sobre las responsabilidades de cada uno y sobre las condiciones para que sea una experiencia exitosa para todas las partes. E ilegalizarla no funciona porque la gente viaja para practicarla, igual que en el caso del aborto. Es mejor asumir que eso existe y pensar en cómo hacer que sea una práctica segura.
La UAB, con los Objetivos de Desarrollo Sostenible
- Salud y bienestar
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