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12/2011

El mundo oscuro y la música en los mitos andinos

Más allá de su valor prestigioso o meramente cotidiano, la música tiene en las principales tradiciones un valor iniciático, puesto que conecta con lo oscuro, con lo oculto. La música dice la ausencia y el misterio, y da voz a aquello que está en silencio. Las historias de la música como energía que nos conecta con lo otro o con la materia misma del mundo están muchas veces en los mitos musicales presentes en todas las tradiciones, y en este trabajo la investigadora Helena Usandizaga del Departamento de Filología Española de la UAB compara algunas historias de la tradición occidental con las historias míticas andinas para ver luego su proyección en tres autores literarios.

En la tradición occidental, Orfeo amansa a las fieras, rinde a su enamorada, y suspende la actividad infernal con la música, y, cuando no puede rescatar a su amada Eurídice de la muerte, su lira canta la pérdida y el dolor. También en la tradición andina los mitos conectan a la música con el mundo oscuro: los personajes que habitan en las cuevas, en las cascadas y en los manantiales son los que transmiten y enseñan la música, como el wamani o espíritu de las montañas, y sobre todo la Sirena, serena o sirinu, personaje que toma su nombre de la tradición occidental, pero que existía antes de la llegada de los españoles como un espíritu de las aguas asociado a la fertilidad de la tierra y del ganado.

Pero además, como las sirenas de la tradición griega, las de la andina seducen con su música; como aquellas, son seres peligrosos que pueden enloquecer a quien escucha su música bellísima, sus agudas melodías de arpas y violines. Los danzantes de las competiciones rituales pactan con el wamani y acuden a las cascadas y a los manantiales para recibir la música de la sirena. ¿Cómo se controlan estos seres poderosos y peligrosos, pero también benéficos y productivos? La cultura andina tiene mecanismos para gestionar este contacto con lo sagrado y con las fuerzas oscuras que habitan en el interior de la tierra y de los cerros, y en las lagunas, los manantiales, los ríos; con algo a la vez benéfico y peligroso pero con lo que se puede pactar, pues la cultura posee los ritos autorizados para hacerlo, en especial la ofrenda que establece la reciprocidad entre los dioses y los hombres, entre las fuerzas sagradas y la vida humana, pacto mutuo que no hay que confundir con el desigual y aterrador pacto con el diablo de la tradición occidental. 

Esta pertenencia de la música a lo oscuro no es tal vez muy diferente a la relación de la música con lo arcano presente en otras tradiciones; cobra sin embargo en lo andino un carácter de intercambio y además fuertemente material que corresponde a la visión animista en que las cosas de la naturaleza emanan sustancia sagrada sin que sea necesario acceder a un plano abstracto. Se tiñe también en lo andino de la dinámica subyacente a esa cosmovisión, donde la división del mundo en estratos -mundo de arriba, mundo de aquí, mundo de abajo- no impide una activa interacción entre ellos, y un sistema de pactos y reciprocidades que resulta diferente a la incomunicación entre lo alto y lo bajo presente en otras tradiciones. Estos personajes que viven en las lagunas y manantiales son fuerzas telúricas y frecuentemente femeninas, con lo que la pertenencia al mundo de abajo se relaciona en ocasiones con el culto a la Pachamama o madre tierra, y a la vez con el culto a los antepasados.Esta visión material no deja de ser profundamente espiritual: la diferencia es que no hay una dicotomía entre la materia y el espíritu, como sí la hay en cierta tradición platónica.

En este trabajo, incluido dentro del proyecto Inventario de Mitos prehispánicos en la literatura latinoamericana (FFI2008-00775), la antropología es un puente para entender cómo, en tres textos literarios de autores peruanos que exploran en este mundo, los mitos de la música son imágenes potentes e irradiantes que configuran el sentido del texto. En Los ríos profundos (1958), de José María Arguedas, los seres transmisores de la música y la música misma forman parte de un conjunto de fuerzas míticas -la piedra, los ríos, las montañas, la sangre, las lágrimas...- que hay que reactivar con la rebelión para recuperar la fuerza subyugada de la cultura andina; en El pez de oro (1957), de Gamaliel Churata, un personaje mítico, la Sirena que habita en el lago Titicaca, transmite los secretos de la música a su hijo, el Pez de oro, en estrecha interacción con el Puma de oro, su marido y padre respectivamente, y alter ego de un enunciador que busca recuperar la historia, la filosofía y la escritura americanas en contacto con lo andino; en Candela quema luceros (1989), de Félix Huamán Cabrera, la joven misteriosa que habita en una cueva acuática transmite a los habitantes del pueblo los cantos alegres de las tareas de la cosecha, y, tras el ataque de los soldados y la muerte de casi todo el pueblo en el marco del conflicto armado interno peruano (1980-2000), hace fluir la elegía de ese mundo arrasado por la violencia.


Sirenas andinas representadas en una “Tabla de Sarhua”, obra de Juan Walberto Quispe.

Helena Usandizaga

Referencias

“El mundo oscuro y la música en los mitos andinos”. Usandizaga, H. (2011), Bulletin of Hispanic Studies, 88 (6), pp. 635- 650.

 
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