Umberto Lombardo: Hay que abrirnos al mundo para entender cómo hemos llegado hasta aquí y hacia dónde queremos ir
El Consejo Social de la UAB impulsa una sección de entrevistas para dar visibilidad a actores implicados del propio Consejo y de la UAB. En esta ocasión, entrevistamos al Dr. Umberto Lombardo, geógrafo físico que lidera una investigación pionera sobre los orígenes del paisaje amazónico, la historia ambiental y los primeros asentamientos humanos en la región. Recientemente ha asumido la dirección del Instituto de Ciencia y Tecnología Ambientales (ICTA-UAB), un centro de investigación interdisciplinar de referencia en sostenibilidad y cambio ambiental.
Umberto Lombardo es el nuevo director del Instituto de Ciencia y Tecnología Ambientales (ICTA-UAB). Geógrafo físico de formación, lidera el proyecto europeo DEMODRIVERS, en el que estudia las dinámicas poblacionales humanas, las innovaciones tecnológicas y el cambio ambiental que estas comportaron en la Amazonía boliviana. Ahora, al frente de uno de los centros de investigación más potentes de la UAB, apuesta por consolidar un modelo interdisciplinar, con vocación internacional, impacto real en el territorio y en la sociedad.
Dr. Lombardo, su trayectoria como geógrafo físico se ha centrado mucho en el estudio del paisaje amazónico y las primeras interacciones humanas con el medio. ¿Cómo se fue configurando este camino tan específico e interdisciplinar?
Nunca tuve un plan preestablecido. Estudié Ciencias Naturales en Pisa y en 1998 vine a la UAB con una beca Erasmus. Después hice la tesis en el CSIC y, paralelamente, colaboraba con una ONG de Barcelona, lo que me llevó a Bolivia, donde terminé dirigiendo una ONG dedicada a la piscicultura en la Amazonía boliviana. Allí nació mi interés por la arqueología ambiental.
Inicié el doctorado en la Universidad de Berna, en un grupo de investigación en geografía física, centrado en el estudio del paisaje, la dinámica fluvial, el clima y la geomorfología, combinado con la arqueología. En 2020 publicamos un artículo en Nature y, gracias a una beca María Zambrano, me incorporé a la UAB, al Departamento de Prehistoria y al ICTA. Poco después obtuve una beca ERC Consolidator y comencé a consolidar mi vínculo con la UAB.
Tiene una trayectoria consolidada como investigador del ICTA y ahora asume su dirección. ¿Cuál cree que es la función principal de la universidad, especialmente en el ámbito de la investigación y la docencia?
En este sentido, soy de la vieja escuela. La universidad debe dotar al estudiantado de herramientas intelectuales para pensar de forma crítica, autónoma y creativa. Hoy en día, todo está muy orientado a la aplicación práctica y a la salida laboral, pero no debemos olvidar que la universidad debe ser un espacio para aprender a pensar bien.
El método científico te da una estructura mental sobre cómo enfocar los problemas, y esto puede trascender las paredes del aula y servirte para la vida. Para mí, eso debería ser prioritario en el sistema universitario.
¿Cuáles cree que son los principales retos a escala global y local que afrontamos a nivel ambiental y social?
Los retos son muchos, pero destacaría dos como centrales: la transición energética y el futuro de la agricultura. Estos dos ámbitos son fundamentales para la sostenibilidad de la vida humana en el planeta, y deben abordarse con una mirada global, pero también con acciones concretas a escala local.
Tenemos que trabajar con una visión más científica y menos ideológica. Solo escuchando a las personas expertas y basándonos en evidencias podremos tomar decisiones efectivas. Por ejemplo, la agricultura ecológica es muy valiosa cuando se practica en zonas de especial valor ambiental, como parques naturales, pero no puede ser la única vía.
Nos encontramos ante una gran contradicción: estamos deforestando la Amazonía para crear nuevas tierras agrícolas, mientras en Europa dejamos perder superficie cultivable para volver a sistemas extensivos que, en muchos casos, no son viables a gran escala.
Debemos afrontar estos retos como una responsabilidad colectiva que atraviesa todas las escalas: desde los ayuntamientos hasta las instituciones internacionales. Y para hacerlo bien, necesitamos políticas ambientales valientes, coherentes y bien informadas, capaces de anticiparse a los grandes desafíos y evitar los conflictos derivados de una mala gestión de los recursos básicos.
¿Cómo puede contribuir una universidad pública como la UAB a afrontar estos retos?
La UAB tiene un gran potencial para liderar con el ejemplo. Es una universidad situada fuera de la ciudad, en un entorno natural, y con un campus que ya ha empezado a dar pasos importantes hacia la sostenibilidad. Por ejemplo, ha reducido el uso del vehículo privado, ha instalado cargadores eléctricos, apuesta por sistemas de calefacción sostenibles, etc.
Pero más allá de eso, la UAB puede influir a través de la formación, la investigación y la transferencia de conocimiento. El hecho de tener un campus cohesionado y una comunidad activa permite experimentar, innovar y crear ecosistemas replicables en otros lugares.
Como nuevo director del ICTA-UAB, ¿qué impacto queréis generar desde el centro, tanto a nivel académico como social? ¿En qué proyectos innovadores estáis trabajando o queréis impulsar?
Asumo la dirección en un momento de gran prestigio para el centro. El ICTA concentra el 40% de las becas Marie Sk¿odowska-Curie y una tercera parte de las ERC de toda la UAB, con solo un 0,6% del personal docente e investigador de la universidad. Esto refleja el gran talento que hay y la calidad de la investigación que se realiza.
Trabajamos en proyectos muy diversos y con gran impacto: desde el monitoreo del polen para prevenir alergias, hasta la detección de microplásticos en el mar y en organismos, pasando por estudios sobre urbanización, espacios verdes, precios de la vivienda, movilidad sostenible o desigualdades sociales.
La investigación en el ICTA es altamente interdisciplinar y guiada por las inquietudes de los propios investigadores, pero con una clara voluntad de transformación social. Por eso, una de nuestras prioridades es establecer vínculos estrechos con el territorio, las instituciones públicas y otros actores sociales, para asegurar que los resultados de nuestro trabajo generen un impacto real y positivo para la sociedad.
¿Cómo se puede reforzar la conexión entre universidad y sociedad y avanzar conjuntamente hacia un futuro más sostenible y justo?
Con más colaboración y más proximidad. Participamos, por ejemplo, en el programa Magnet de la Fundación Bofill con una escuela del barrio de Sant Pau, para acercar la ciencia a los niños y despertar vocaciones. También trabajamos para establecer relaciones con ayuntamientos y otras instituciones, porque son ellos quienes implementan las políticas. Si podemos asesorarlos con conocimiento científico, podemos tener un impacto real.
Creo que hay que reforzar esta función social de la universidad, no solo como espacio de investigación de excelencia, sino también como motor de transformación.
Si pudiera transmitir un mensaje a la comunidad universitaria y al conjunto del territorio, ¿cuál sería?
El mensaje sería no tener miedo a lo nuevo, a cambiar, a afrontar nuevos retos. En los países mediterráneos hay una tendencia al cierre, a no abrirse a la hibridación cultural en la investigación. Nos cuesta salir, hacer estancias fuera, y eso debe cambiar. Pasar una temporada “fuera de la caja” puede ser muy enriquecedor y fortalecer el crecimiento personal del estudiante.
Las instituciones y universidades deben fomentar y estar abiertas a recibir personal de fuera. Las universidades deben ser espacios vivos, con capacidad de evolucionar y liderar. Y eso solo es posible si no tenemos miedo de salir de nuestra zona de confort y de pensar diferente.
No debemos tener miedo al cambio, ni a la complejidad, ni a la diversidad. En el ICTA conviven personas de más de 20 nacionalidades, y eso es una riqueza inmensa. Necesitamos una universidad abierta, internacional, que apueste por la colaboración y que esté dispuesta a mirar el mundo sin prejuicios.