1. Diversidad humana

Diversidad humana. Una visión desde la antropología biologica
Para entender la diversidad humana hay que mirar atrás, hasta los orígenes del ser humano, y también debemos darnos cuenta de que muchas de las ideas que tenemos sobre nuestra evolución son erróneas.
A veces decimos que el ser humano proviene del simio, pero no es cierto: no provenimos de los simios, sino que somos simios. Dentro de la misma familia de simios están los orangutanes, los gorilas, los chimpancés y los seres humanos.
Tampoco es cierto que los chimpancés sean nuestros antepasados más cercanos: el ser humano no proviene del chimpancé, sino que los humanos y los chimpancés somos parientes del mismo nivel, con un antepasado común.
A menudo nos imaginamos nuestra evolución como una línea recta, pero esta representación no es acertada: nuestra evolución tiene la forma de un árbol con muchas ramas.
En la evolución de nuestra especie, el Homo sapiens, han intervenido muchas especies diferentes, y también tenemos genes de otros grupos del género Homo que se han extinguido, como los neandertales, los denisovanos y otros que aún no hemos identificado.
Nuestra especie, el Homo sapiens, se originó en África hace entre 300.000 y 200.000 años. Durante unos 100.000 años, los grupos de Homo sapiens se movieron por el territorio africano y se mezclaron entre ellos; así, gracias a esta mezcla, comenzó la diversidad humana.
Hace unos 120.000 años, algunos grupos de Homo sapiens empezaron a salir de África. Pero no fue hasta hace unos 60.000 años que hubo una gran migración y muchos se esparcieron por el resto del mundo.
Los grupos que habían llegado directamente de África a cada continente se mezclaron con los que llegaron después, y estas mezclas hicieron que la diversidad humana fuera incluso mucho mayor. Todas las poblaciones humanas son el producto de migraciones y mestizajes, es decir, de mezclas genéticas entre diversos grupos.
En Europa, tras la última gran glaciación, vivían grupos de cazadores y recolectores. Hace entre 9.000 y 7.000 años llegaron los primeros agricultores desde Oriente Próximo. Más adelante, hace unos 4.500 años, también llegaron nuevas poblaciones de cultura yamna procedentes del este. Estas poblaciones se fueron mezclando con el tiempo y contribuyeron a formar las poblaciones europeas actuales.
Estas mezclas dieron lugar a varias combinaciones genéticas que se manifestaban en el color y la forma del pelo, el color de los ojos, la estatura, el color de la piel…
Todo el mundo tiene un origen mestizo, pero las personas de un mismo grupo tienen algunas características físicas parecidas; esto nos ha llevado a preguntarnos si nos podemos clasificar en razas.
La civilización egipcia pensaba que los seres humanos se clasificaban en cuatro razas, según el color de la piel. Aristóteles hacía una clasificación basada en la relación entre el carácter y el clima: los grupos del norte eran fríos y agresivos, los asiáticos eran inteligentes y serviles, y los grupos griegos, como él, eran equilibrados y superiores al resto.
Todas estas clasificaciones son creaciones humanas, y las personas que las hacen siempre consideran que su grupo es superior a los demás. Linneo y Morton fueron dos científicos especialistas en la clasificación de las especies, y ambos consideraban que los grupos europeos eran superiores, pero hoy sabemos que su sistema de clasificación no era ni objetivo ni riguroso y que, por tanto, no tiene ningún fundamento científico.
En 1972, Richard Lewontin, especialista en genética, demostró que la diferencia genética entre varios grupos o razas humanas es solo de un 6%. En cambio, dos personas del mismo grupo o raza pueden tener diferencias de más del 85%. Es decir, que entre dos personas blancas catalanas puede haber muchas más diferencias genéticas que entre una persona blanca catalana y una persona negra senegalesa, por ejemplo.
Por lo tanto, no tiene sentido clasificar al ser humano en razas, porque la diferencia genética entre grupos es mucho más pequeña que la que puede haber entre personas del mismo grupo.
Ahora bien, es cierto que hay diferencias físicas que son muy evidentes. La mayoría de estas diferencias tienen que ver con las adaptaciones del cuerpo al medio. Las personas de las comunidades pigmeas son más bajas, porque eso las ayuda a adaptarse a las condiciones de vida de la selva. Muchos grupos africanos tienen cuerpos esbeltos con extremidades largas, lo que los ayuda a disipar el calor del cuerpo en las zonas de climas cálidos. Muchos pueblos esquimales tienen organismos que favorecen la acumulación de grasas omega-3.
Las poblaciones del norte, poco expuestas al sol, tienden a tener la piel clara, lo que facilita la síntesis de vitamina D, mientras que las poblaciones del sur, muy expuestas al sol, tienen pieles oscuras, que las protegen de los rayos ultravioletas.
Algunos de estos genes provienen de las mezclas genéticas de nuestros antepasados con otras especies: neandertales, denisovanos y otros grupos humanos extinguidos. Por ejemplo, algunas comunidades tibetanas han heredado un gen denisovano que les permite tolerar mejor las bajas concentraciones de oxígeno en altitudes elevadas.
La diversidad genética nos ayuda a adaptarnos al entorno, pero las diferencias entre personas del mismo grupo son mucho mayores que las diferencias entre grupos.
Genéticamente, las razas no existen.
Para entender la diversidad humana actual
debemos entender cómo se originó la especie humana.
A veces decimos que el ser humano proviene del simio,
pero eso no es cierto:
el ser humano no proviene del simio, sino que es un simio.
Dentro de la familia de los simios están los orangutanes,
los gorilas, los chimpancés y los seres humanos.
Tampoco es cierto que los chimpancés
sean nuestros antepasados más cercanos:
los humanos y los chimpancés somos parientes del mismo nivel,
con un antepasado común.
A menudo nos imaginamos nuestra evolución como una línea recta,
pero esta representación no es acertada:
nuestra evolución tiene la forma de un árbol con muchas ramas.
En la evolución de nuestra especie, el Homo sapiens,
han intervenido muchas especies diferentes,
y algunas se extinguieron hace miles de años.
La especie Homo sapiens nació en África hace unos 250.000 años.
Durante 100.000 años, los primeros grupos de Homo sapiens
se movieron por el territorio africano y se mezclaron entre ellos.
Así comenzó la diversidad humana.
Hace unos 120.000 años, algunos grupos de Homo sapiens
empezaron a salir de África, aunque la mayoría se quedaron allí.
Pero hace unos 60.000 años hubo una gran migración
y muchos grupos de Homo sapiens se esparcieron por el resto del mundo.
Al cabo de muchos años, los grupos que habían llegado de África
se mezclaron con otros grupos que llegaron después
y que habían pasado por otros territorios.
La mezcla de grupos diferentes
hizo que la diversidad humana fuera mucho mayor.
Todas las poblaciones humanas
son el producto de migraciones y mestizajes,
es decir, de mezclas genéticas entre diversos grupos.
Esta diversidad se ve en el aspecto de las personas:
el color y la forma del pelo, el color de los ojos y la piel,
la estatura o la forma del cuerpo.
Esto ha hecho que mucha gente se pregunte
si las diferencias del cuerpo están relacionadas
con las diferentes maneras de ser,
si todas las personas somos de la misma especie
o si hay diferentes razas humanas.
Durante muchos años, mucha gente pensó
que había varias razas humanas
relacionadas con las diferencias físicas y las maneras de ser.
Además, las personas que clasificaban a los humanos en razas
consideraban siempre que su raza era superior al resto.
Pero la genética ha demostrado que esto no es verdad.
No hay razas humanas.
Todas las personas somos de la misma especie.
Es cierto que hay diferencias físicas,
pero la diferencia genética entre diferentes grupos humanos
es mucho más pequeña que la diferencia que puede haber
entre personas del mismo grupo.
Por ejemplo, dos personas blancas catalanas
pueden tener diferencias genéticas mucho más grandes
que una persona blanca catalana y una persona negra de Senegal.
Muchas de las diferencias físicas entre grupos de zonas diferentes
tienen que ver con la adaptación al lugar donde viven.
Por ejemplo:
Las personas de las comunidades pigmeas suelen ser bajas,
porque eso las ayuda a moverse mejor por la selva.
Muchos grupos africanos tienen las piernas y los brazos más largos,
lo que los ayuda a eliminar el calor del cuerpo.
Las poblaciones del norte, donde hay poco sol,
suelen tener la piel clara.
Esto las ayuda a fabricar vitamina D.
En cambio, las personas de las zonas donde hace más calor
tienen la piel oscura, que las protege de los rayos del sol.
Las razas genéticas no existen.
Texto adaptado por la Asociación Lectura Fácil

Autor
Rafael Montiel Duarte
Profesor lector en la UAB. Es biólogo por la Universidad Autónoma Metropolitana de México y doctor en Biología por la UAB. Centra su investigación en la evolución humana desde una perspectiva genómica y ha estudiado la historia genética de las poblaciones humanas y la coevolución entre el ADN mitocondrial y el genoma nuclear.
Hizo una estancia posdoctoral en la Universidad de las Azores (Portugal), donde llevó a cabo investigaciones en genética molecular y antropológica. Antes de incorporarse a la UAB, dirigió el Laboratorio de Interacción Núcleo-Mitocondrial y Paleogenómica del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional (Cinvestav) de México, donde lideró proyectos sobre evolución genómica y ADN antiguo. Es autor de más de cincuenta publicaciones internacionales y ha dirigido varios trabajos de grado y de posgrado.
En la UAB combina la investigación con la docencia en antropología biológica, biología evolutiva y función mitocondrial. Está comprometido con la divulgación y el pensamiento crítico y promueve una visión integradora entre ciencia, cultura y sociedad, que inspira tanto su trabajo académico como sus aportaciones al Vagón de la Ciencia.
Se puede encontrar la producción científica de Rafael Montiel en el Portal de Investigación de la UAB.
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