10. Reduzcamos el consumo
Investigador
Enrico Chiogna
Soy estudiante pre-doctoral en el ICTA, con formación en ciencias politicas y economia ambiental en la Universidad de Bologna. En el ICTA, formo parte del equipo de CLIMGROW (https://cordis.europa.eu/project/id/101097924), donde me ocupo de investigar la relación entre la información incorporada en los indicadores de desarrollo y el apoyo a politicas climaticas. Mis intereses de investigación se centran en el desarrollo y el apoyo a las politicas climaticas, el sistema global multi-nivel de governance ambiental y la diplomacia ambiental.
Para conseguir detener las emisiones de gases de efecto invernadero a tiempo para evitar el aumento de temperatura a 1,5 o 2 °C, así como el desequilibrio de los ecosistemas y las desigualdades entre el norte y el sur, debemos repensar el modelo económico de crecimiento infinito. Porque, hoy por hoy, el crecimiento económico sigue ligado al uso de combustibles fósiles y es poco probable que consigamos desligarlos a tiempo.
Esta idea, la de que podemos devolver el planeta a una zona de seguridad mientras continúa la expansión económica gracias al cambio tecnológico, se conoce como crecimiento verde. Aunque es muy atractiva, los científicos coinciden en que no hay ninguna evidencia que lleve a creer que es posible; asimismo, opinan que conseguir el objetivo de reducir las emisiones en el plazo necesario implica cambiar de modelo económico. Evidentemente, los avances tecnológicos que permiten reducir las emisiones son necesarios, pero no son suficientes.
La economía circular propone cambiar el proceso de extracción, fabricación y eliminación, que genera residuos y emisiones, por un sistema de circuito cerrado en el que los subproductos y los residuos de un proceso sean la fuente de otro proceso. Este modelo de producción y consumo busca aprovechar al máximo los recursos, manteniéndolos en uso durante más tiempo, y, a la vez, que tanto los consumidores como los productores minimicen los residuos con prácticas como la reutilización, la reparación, la renovación o el reciclaje. De esta manera, se gana en eficiencia y se toman decisiones de producción más respetuosas con el medio ambiente. Los productos se diseñan pensando en alargar su vida útil y en poder repararlos y reciclarlos. Esto también reduce el uso de materias primas y, por lo tanto, el impacto ambiental que causa la minería, que se incrementa a medida que vamos agotando las minas de fácil acceso. Para que la economía circular sea una realidad, hay que incentivar, pues, el ecodiseño, el reciclaje y la responsabilidad del productor con políticas gubernamentales que fomenten el emprendimiento justo y consciente; si es necesario, a costa de los beneficios.
La economía del dónut, por su parte, nos insta a desarrollar actividades económicas dentro de los límites de la seguridad y la justicia. Si imaginamos un dónut o una rosquilla, el anillo interior representa el suelo social, las necesidades básicas de las personas: el acceso a la alimentación, la educación, la sanidad, la vivienda, el agua potable, la energía, el trabajo… Y el anillo exterior representa el techo ecológico de nuestro planeta, los límites planetarios de los que hemos hablado antes. De esta manera, lo que queda entre esas dos anillas, la masa de la rosquilla, es el espacio en el que la sociedad puede prosperar. El dónut representa un sistema económico que puede desarrollarse dentro de la sociedad y la naturaleza, impulsado por el Sol. Para implantarlo, es necesario aplicar prácticas de economía circular y regenerativa, distribuir los recursos equitativamente y conseguir una innovación sostenible y compartida.
La economía del dónut tiene éxito especialmente en el ámbito de las ciudades. Muchas ciudades occidentales importantes se plantean aplicarla, como Ámsterdam, Barcelona, Berlín y Bruselas, además de ciudades como Sídney y Melbourne. También es popular en las empresas, como marco para desarrollar prácticas circulares y sostenibles.
Hay propuestas que van más allá y ponen en duda que la mejor manera de medir el bienestar de las personas sea a partir del PIB o de la riqueza económica de los países. Ponen sobre la mesa que el crecimiento infinito no es posible en un planeta finito, que no es compatible con los nueve límites planetarios sin provocar un gran sufrimiento ambiental y social. Así pues, el no crecimiento propone dejar de medir el progreso de un país únicamente a partir de su PIB e incluir también la equidad, la sostenibilidad y la calidad de vida. Sin embargo, no excluye el crecimiento cuando sea factible, es decir, si va acompañado de una mejora del bienestar, y no evita que disminuya si es consecuencia de aplicar una política que resuelva problemas sociales o ambientales. Por tanto, quita presión a los Gobiernos porque considera que no es necesario conseguir un crecimiento económico continuo, siempre que se implementen mejoras en el bienestar social y ambiental.
Otra propuesta sería el decrecimiento, que representa una posición más radical sobre el desarrollo de un país y el capitalismo global en general. Considera que el crecimiento no puede desvincularse de los daños materiales y que el capitalismo es perjudicial para el planeta y la sociedad y una fuente de injusticia global que explota a las personas y al medio ambiente en su expansión continua. Propone superar el capitalismo y cambiar a un nuevo sistema social que mejore la calidad de vida, reduciendo drásticamente el uso de recursos y de energía y, por tanto, el PIB.
Para conseguirlo, pone énfasis en el papel de la autonomía, la suficiencia, la convivencia y la autolimitación, junto con la necesidad de la acción colectiva y la autorreflexión. Promueve un rediseño de las instituciones y las infraestructuras para hacerlas menos dependientes del crecimiento; por ejemplo, la reducción del tiempo de trabajo, la promoción de iniciativas comunitarias de las economías locales, estilos de vida más sencillos y la prohibición de sectores nocivos de la economía, lo que, en definitiva, favorecería el reajuste de la relación de poder entre el norte global y el sur global, así como resultados más equitativos y ecológicamente sólidos.
Nuestro planeta vive en un equilibrio delicado y complejo de factores químicos, físicos y biológicos surgidos a lo largo de miles de millones de años de evolución y que permiten que las especies humanas y no humanas existan y prosperen. Todavía no somos del todo capaces de esclarecer esos mecanismos, que están interconectados, pero sí sabemos que el crecimiento económico sin sentido y el uso continuo de combustibles fósiles (y, en general, el modelo económico extractivista) agravarán la inestabilidad climática, lo cual tendrá efectos en cascada en todos los aspectos de la vida de las personas, especialmente de las más vulnerables.
En beneficio de nuestros hijos y de nuestro planeta, debemos reducir el uso de energía, cambiar hacia nuevas fuentes de energía y contrarrestar la crisis climática de manera justa. Los economistas están virando gradualmente hacia modelos amplios que tienen en cuenta el entorno. La voluntad y la acción política son primordiales para trasladar este modelo de la teoría a la realidad. Como ciudadanos, hay que hacer presión y elegir políticos competentes y sensibles con el medio ambiente en puestos clave de toma de decisiones y fomentar la investigación y la acción para la transición hacia nuevos modelos socioeconómicos que integren los sistemas humanos en la naturaleza. Citando a Yayo Herrero, profesora y activista ecofeminista, «somos naturaleza, y pensar la vida al margen de la biosfera es simplemente una construcción cultural errónea e ilusa».
Información complementaria
