09. Energías alternativas
La transición energética
Sin duda, es imprescindible que el conjunto de la humanidad consuma menos energía para reducir el uso de combustibles fósiles y, por tanto, sus efectos. Sin embargo, necesitamos energía para mantener unos mínimos de bienestar y extender ese bienestar a todo aquel que no lo tenga. La sustitución de los combustibles fósiles por otras fuentes de energía que no producen gases de efecto invernadero puede ser parte de la solución; es lo que llamamos transición energética, es decir, sustituir las fuentes de energía de origen fósil por otras fuentes que no emitan gases de efecto invernadero. Esas fuentes de energía se denominan con diferentes adjetivos positivos: verdes, alternativas, sostenibles, no contaminantes, etc. Sin embargo, esos adjetivos a menudo no son exactos. Nos referiremos a las principales fuentes de energía, pero empecemos recordando que muchas de ellas, si bien no emiten gases de efecto invernadero en el proceso de producción, sí pueden emitirlos en su construcción e instalación, que también generan residuos y necesitan materiales que, como todo en la Tierra, son limitados. Por lo tanto, en cualquier situación, lo mejor es pensar cómo reducir el consumo de energía y hacer que su uso sea más eficiente, sea cual sea la fuente de energía que usemos.
Hay varias fuentes que nos permiten producir energía sin emitir gases de efecto invernadero y que a escala humana son inagotables. Probablemente, las dos más conocidas y que más se están desarrollando son la energía eólica, que se obtiene de la fuerza del viento, y la energía solar, que es la que se obtiene del Sol, y que puede ser eléctrica a través de la energía solar fotovoltaica (se obtiene de la luz del Sol) o térmica (aprovecha el calor del Sol). También es muy conocida la energía hidráulica o hidroeléctrica, que es la energía que se obtiene de la fuerza del agua para generar electricidad. Asimismo, se está desarrollando el uso de la biomasa y el biogás, que consiste en extraer energía de la biodegradación o combustión de la materia orgánica. Esta energía solo se puede considerar renovable si la materia orgánica utilizada se puede volver a fijar en el lugar del que se ha extraído; por ejemplo, si nos aseguramos de que los árboles vuelvan a crecer allí donde los hemos talado para obtener leña. La energía geotérmica aprovecha las altas temperaturas del interior de la Tierra para generar energía a partir del calor, y en Cataluña se está empezando a usar, sobre todo, para calefacciones y agua caliente sanitaria. Asimismo, existe la energía mareomotriz, que se obtiene de la fuerza de las mareas, y la energía undimotriz, que se obtiene de la fuerza de las olas, ambas poco desarrolladas hasta ahora. En la Universitat Autònoma de Barcelona contamos con cuatro tipos de energías renovables: energía solar fotovoltaica en las cubiertas de varios edificios; biomasa en el Servicio de Actividad Física (SAF); energía solar térmica para calentar el agua sanitaria en el SAF y en la Vila Universitària, y energía geotérmica, desde el año 2014, en el edificio del Instituto de Ciencia y Tecnología Ambientales y del Instituto Catalán de Paleontología (ICTA-ICP).
Un caso diferente es la energía nuclear, que no produce gases de efecto invernadero y se utiliza para producir electricidad en muchos lugares, entre ellos, Cataluña. Sin embargo, el gran problema que representa gestionar los residuos nucleares, de alta toxicidad y pervivencia, así como la posibilidad real de accidentes nucleares, hace que no se considere una energía limpia ni alternativa. Por este motivo, en muchos países, sobre todo de Europa, hay planes para dejar de usar la energía nuclear. No obstante, cada vez hay más opiniones que cuestionan la decisión de cerrar las centrales nucleares sin haber consolidado antes la transición energética que permita abandonar los combustibles fósiles.
Viendo todas las alternativas al uso de los combustibles fósiles, lo primero que quizá nos viene a la cabeza es esto: «Si tenemos todas estas energías, ¿por qué no hacemos ya el cambio?». La respuesta es compleja y múltiple. Por un lado, es evidente que las grandes corporaciones empresariales del mundo que basan su negocio en los combustibles fósiles no están dispuestas a perder negocio y son reticentes al cambio. Sin embargo, algunas grandes empresas del sector energético ya están entrando en el negocio de las energías alternativas y apuestan por mantener grandes instalaciones, ya sean fotovoltaicas, eólicas o hidráulicas, que les permitan seguir controlando el negocio de la producción y la distribución de energía. Por otra parte, los Gobiernos de los países que cuentan con grandes reservas de combustibles fósiles están poco interesados en perder el potencial económico y geoestratégico. A su vez, los países y las empresas que controlan los yacimientos de diversos materiales necesarios para estas nuevas tecnologías están especialmente interesados en potenciar las energías alternativas.
En este sentido, hay que señalar que la energía solar y la eólica permiten producir energía en muchos lugares del planeta de manera descentralizada. Es decir, no siempre hay que tener grandes instalaciones para producirla, de manera que cooperativas de consumidores, municipios, comunidades de vecinos o incluso particulares pueden producir, por ejemplo, energía solar para uso propio y verter los excedentes a la red. Una legislación favorable a estas iniciativas es evidente que ayuda a generalizarlas en el territorio. Esto debería permitir cierta descentralización de la producción y, por lo tanto, reducir la distancia entre los lugares de producción y de consumo. No obstante, también serán necesarias grandes instalaciones de producción para atender grandes demandas de energía, como, por ejemplo, en el caso del transporte ferroviario o de las grandes concentraciones de población. De hecho, estas grandes instalaciones están provocando el rechazo de los habitantes de los territorios donde se quieren ubicar, sobre todo por la transformación del territorio que implican y por el efecto paisajístico. Es una posición respetable y comprensible. Ahora bien, hay que recordar que los combustibles fósiles tienen un notable impacto paisajístico y de contaminación; lo que pasa es que a menudo están lejos de donde se utilizan y no lo vemos. Está claro que podemos reducir el consumo de energía, pero tendremos que aceptar tener grandes instalaciones de producción de energía en nuestro territorio; es tarea de todos decidir democráticamente dónde y cómo, pero en algún lugar se tendrán que colocar.
La mayor parte de la producción de energía con estas fuentes alternativas se destina a la generación de electricidad. Esto implica dos grandes retos: por un lado, electrificar grandes sectores de la economía que ahora funcionan sobre todo con combustibles fósiles, como el transporte de personas y de mercancías o muchas industrias, y, por otro, encontrar métodos para acumular la energía eléctrica. La tecnología, en principio, nos sirve para ambas cosas y sigue mejorando, pero para que sea una realidad es necesario incrementar la extracción de ciertos materiales, y algunos de ellos han sido poco utilizados hasta ahora y no son muy abundantes. Así pues, se prevé que algunos de los materiales imprescindibles para culminar esta transición, como el cobre, el níquel, el litio o las tierras raras, aceleren su agotamiento. Además, independientemente del volumen de reservas de estos materiales, es previsible que la demanda crezca exponencialmente y tengamos un problema de disponibilidad de difícil solución. En teoría, el reciclaje de estos elementos puede relajar la presión sobre los recursos mineros y sobre la disponibilidad, pero hay que mejorar mucho el proceso, ya que hoy por hoy estamos lejos de recuperar la suficiente cantidad de material que nos lo garantice. Por lo tanto, preocupa no tener suficiente material a tiempo para hacer esta transición. De nuevo, reducir el consumo global de energía es una necesidad inexcusable.
Obviamente, financiar toda esta transformación es un reto que, en parte, retrasa la transición energética. No obstante, cada vez es mayor el gasto de los Estados y los particulares para adaptarse a los efectos del cambio climático y pagar la recuperación de las zonas castigadas por fenómenos meteorológicos extremos. Por tanto, invertir dinero en mitigar el efecto invernadero cada vez parece «mejor negocio» que pagar sus efectos.
Resumiendo, tenemos la capacidad tecnológica para sustituir muchos de los usos de las energías basadas en los combustibles fósiles por otras energías que no contribuyen al cambio climático. Sin embargo, hay obstáculos relacionados con las presiones de los oligopolios petroleros (privados o estatales), la posible falta de materiales, problemas de financiación e incluso cierto rechazo social. Al mismo tiempo, la tecnología cada vez lo hace más fácil y también reduce su coste, y se puede optar por descentralizar parte de la producción. Además, grandes empresas y Gobiernos están interesados en esta transición, y cada vez está más claro que financiar la mitigación puede ser más barato que financiar la adaptación al cambio climático y la recuperación de los desastres climáticos. Para detener el cambio climático tenemos que hacer esta transición que ya ha empezado, y cuanto más rápido y extensa sea, mucho mejor. Creemos que todo lo que ahorremos en energía ayudará. En la Universitat Autònoma de Barcelona nos hemos fijado el horizonte de 2030 para alcanzar un campus neutro en carbono y abandonar el uso de los combustibles fósiles.
Por cierto, gracias por viajar en transporte público; eso siempre ayudará en esta transición.
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