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"La pena de muerte no es justicia, es venganza"

Tamara Ivanova Chikunova
El año 2000, Dimitri Chikunov fue condenado a muerte y ejecutado en Uzbekistán, en condiciones muy irregulares, por un asesinato del que fue declarado inocente años después. Su madre, Tamara Chikunova, fundó Madres Contra la Pena de Muerte y la Tortura.

20/12/2016

La activista uzbeka Tamara Ivanova Chikunova es la fundadora de la asociación Madres Contra la Pena de Muerte y la Tortura. Se implicó en la lucha contra la pena capital a raíz de la ejecución de su hijo Dimitri, que fue detenido por un asesinato del que, cinco años después de su muerte, fue declarado inocente al revisar el proceso. La detención, la condena y la ejecución de Dimitri Chikunov estuvieron sembradas de irregularidades y tanto él como la propia Chikunova, que también sufrió una detención temporal, fueron interrogados y maltratados para obtener una inculpación fraudulenta. El pasado 29 de noviembre, Chikunova pronunció la conferencia "No Justice Without Life" en la Facultad de Derecho, en un acto coorganizado por la Comunidad de Sant'Egidio.

¿Cuándo empezó a trabajar su asociación?

Empezó el año 2000 después de que, en julio, fuera ejecutado mi único hijo, Dimitri. Su último deseo fue recordar y ayudar a aquéllos que están en el corredor de la muerte. Una vez se puso en marcha la asociación, se implicaron muchas madres (y padres, hermanos, etc.) de jóvenes condenados a muerte.

¿Tienen contacto con los condenados?

Trabajo personalmente con cada persona condenada. Muchos no se salvaron y, después de cada ejecución, me preguntaba el porqué de esa desgracia. Pasaba las noches en vela leyendo las cartas de condenados a muerte dirigidas a mí. Me pedían que luchara contra el veredicto, me decían que era su última esperanza para salvar sus vidas...

¿Y qué pasa con las personas que se salvan?

Sólo en Uzbekistán, hemos podido salvar a más de cien personas. En 2001, por ejemplo, una ciudadana rusa que estuvo en Uzbekistán visitando a un familiar fue condenada a muerte tras un incidente. Se salvó y fue deportada a Rusia. Después, entró en la universidad, se casó y tuvo dos hijos. Entre las personas liberadas que habían sido condenadas a muerte, ni una de ellas, al volver a la calle, ha ejercido la violencia. Todos pasan página y llevan una nueva vida. Cuando se salva una vida, se salva al mundo. Y eso representa mucho para mí y para el recuerdo de mi hijo.

¿Qué consecuencias tuvo el fin de la pena de muerte en su país?

El 1 de enero de 2008, la justicia abolió la pena de muerte en Uzbekistán. Curiosamente, se ha hecho un análisis y se ha concluido que, desde entonces, hay un 30% menos de violencia. El verdadero problema en Uzbekistán es el régimen dictatorial. Muchos disidentes políticos están en prisión.

¿Qué posición tiene la opinión pública en Uzbekistán sobre el tema?

Según un estudio, tres años después del fin de la pena de muerte, más de la mitad de los habitantes eran favorables a la abolición. Se ha visto que ha sido buena porque hay menos violencia en general y menos homicidios en particular. Y eso no ha pasado sólo en Uzbekistán, sino en todos los países donde ha sido abolida.

Su asociación trabaja con otras, ¿no es así?

Hacemos un gran trabajo con la Comunidad de Sant’Egidio. También colaboramos con Amnistía Internacional, Humans Rights Watch y varias asociaciones americanas. Cuando se juntan las voces contra la pena de muerte, es posible abolirla. Cuando todo el mundo calla, el problema es infranqueable.

¿Hay esperanza contra la pena de muerte en los países que más la aplican como China, Estados Unidos o Irán?

Sí, hay esperanza. La mitad de los estados de Estados Unidos ya la han abolido y la tendencia es que vaya desapareciendo poco a poco. Lo primero es cambiar la mentalidad de los habitantes de cada país: luchar contra una manera antigua de pensar que exige venganza. Mucha gente no entiende que la pena de muerte no es justicia, sino venganza.

¿Hay alguna característica en común entre los condenados?

Todos son jóvenes. La mayoría tiene entre 18 y 30 años, casi ninguno supera los cuarenta. Matan a personas jóvenes, matan la esperanza. Una mujer de 28 años fue condenada y fusilada en Bielorrusia. ¿Por qué esa violencia? Otros esperan aún a ser fusilados. Bielorrusia es el último país de Europa donde se aplica la pena de muerte.

Usted, por otra parte, lucha también contra otros tipos de violencia.

En países como España, aunque no haya pena capital, hay otras formas de violencia: la gente que duerme en la calle también está condenada a muerte. O los ancianos que viven solos y abandonados. Y qué decir de los ciudadanos sirios que no han podido salvarse a través de un corredor humanitario, o de las personas africanas que sufren enfermedades, guerras, hambre, escasez de agua... Ante esos problemas, no hay realmente fronteras: todos somos, de alguna manera, corresponsables de que mueran esas personas. Deberíamos escuchar su voz y tenderles una mano.